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Este es el titular de la columna del periodista Quim Monzó, en el diario barcelonés La Vanguardia del día jueves 02 del presente mes.
Al leerlo, no dude ni un instante sobre las intenciones que tienen determinadas empresas (mayormente transnacionales), que dicen tener la sartén por el mango, y tratan de imponernos medidas que revelan la poca profesionalidad y la falta de consideración hacía sus clientes.
Trascribo el artículo:
"Como el tráfico de datos aumenta de forma espectacular y hay riesgo de que la red se congestione, cabría la posibilidad de que las operadoras diesen por zanjados los pactos de sus tarifas planas. El domingo, en la sección de Economía de este diario, Norberto Gallego explicaba detalles interesantes: "las tarifas planas, tal como están diseñadas, sólo serán sostenibles mientras los usuarios españoles sigan consumiendo menos datos que los británicos..."; "O2, filial británica de Telefónica, ha sido el primer operador europeo en resstructurar sus tarifas, cortando de raiz las que ofrecían tráfico ilimitado de datos..."; "bajar un vídeo de You Tube a un móvil tiene el mismo efecto sobre la red que medio millón de SMS simultáneos..."; "el éxito del iPhone, que llevó a O2 a la cabeza del mercado británico, ha tenido un efecto secundario: el 0,1% de sus abonados -un par de miles, no más- consume el 36% de los datos..."
Se pasan el año bombardeándonos con publicidad en las que nos dibujan un mundo idílico, perpetuamente conectados todos a dispositivos móviles sofisticadísimos. Te venden smartphones con tremendas capacidades de conexión a internet. Hasta en los catálogos de sanitarios aparecen ya fotos de inodoros con un portátil delante, en una mesita, dando por supuesto que ni en esos momentos excretorios te desconectas de la red. Y ahora resulta que, cuando la gente les hace caso y compra sus aparatos y se pasa el día enviando y recibiendo datos, se sorprenden y dicen que quizá se envían y reciben demasiados. Veo a las operadoras muy capaces de hacer como esos bancos que viven en la irresponsabilidad y luegon acaban pidiendo ayuda al estado.
A mí, eso de las tarifas planas siempre me ha parecido raro, una degeneración patillera del capmàs. Lo normal es ir al restaurante, pedir la carta y escoger lo que prefieras: de primero, de segundo y de postre, con el vino o el agua que te apetezca. Y, entonces, según lo que hayas comido, pagas un importe u otro. Nada más detestable que esos bufets libres donde, por un precio fijo (una tarifa plana), la gente puede comer tanto como desee. All you can eat, se lee, para que los guiris lo entiendan. De modo que los comensales trajinan entre el bufet y su mesa platos rebosantes, que devoran como si saliesen de una posguerra. Los bufets libre son unos de los espectáculos mas degradantes que se pueden contemplar en la actualidad. Dicho lo cual, si el dueño de un restaurante se compomete a que, por un precio fijo, sus clientes coman tanto como quieran, pues tiene que aguantar el tipo -y su palabra- hasta el final. No puede ser que, de pronto, decida que la gente se está pasando de una raya inexistente (all you can eat, era el pacto) e irrumpa en medio del comedor para decir: "Señoras y señores, se acabó el bufet libre porque veo que están ustedes comiendo demasiado".
Al leerlo, no dude ni un instante sobre las intenciones que tienen determinadas empresas (mayormente transnacionales), que dicen tener la sartén por el mango, y tratan de imponernos medidas que revelan la poca profesionalidad y la falta de consideración hacía sus clientes.
Trascribo el artículo:
"Como el tráfico de datos aumenta de forma espectacular y hay riesgo de que la red se congestione, cabría la posibilidad de que las operadoras diesen por zanjados los pactos de sus tarifas planas. El domingo, en la sección de Economía de este diario, Norberto Gallego explicaba detalles interesantes: "las tarifas planas, tal como están diseñadas, sólo serán sostenibles mientras los usuarios españoles sigan consumiendo menos datos que los británicos..."; "O2, filial británica de Telefónica, ha sido el primer operador europeo en resstructurar sus tarifas, cortando de raiz las que ofrecían tráfico ilimitado de datos..."; "bajar un vídeo de You Tube a un móvil tiene el mismo efecto sobre la red que medio millón de SMS simultáneos..."; "el éxito del iPhone, que llevó a O2 a la cabeza del mercado británico, ha tenido un efecto secundario: el 0,1% de sus abonados -un par de miles, no más- consume el 36% de los datos..."
Se pasan el año bombardeándonos con publicidad en las que nos dibujan un mundo idílico, perpetuamente conectados todos a dispositivos móviles sofisticadísimos. Te venden smartphones con tremendas capacidades de conexión a internet. Hasta en los catálogos de sanitarios aparecen ya fotos de inodoros con un portátil delante, en una mesita, dando por supuesto que ni en esos momentos excretorios te desconectas de la red. Y ahora resulta que, cuando la gente les hace caso y compra sus aparatos y se pasa el día enviando y recibiendo datos, se sorprenden y dicen que quizá se envían y reciben demasiados. Veo a las operadoras muy capaces de hacer como esos bancos que viven en la irresponsabilidad y luegon acaban pidiendo ayuda al estado.
A mí, eso de las tarifas planas siempre me ha parecido raro, una degeneración patillera del capmàs. Lo normal es ir al restaurante, pedir la carta y escoger lo que prefieras: de primero, de segundo y de postre, con el vino o el agua que te apetezca. Y, entonces, según lo que hayas comido, pagas un importe u otro. Nada más detestable que esos bufets libres donde, por un precio fijo (una tarifa plana), la gente puede comer tanto como desee. All you can eat, se lee, para que los guiris lo entiendan. De modo que los comensales trajinan entre el bufet y su mesa platos rebosantes, que devoran como si saliesen de una posguerra. Los bufets libre son unos de los espectáculos mas degradantes que se pueden contemplar en la actualidad. Dicho lo cual, si el dueño de un restaurante se compomete a que, por un precio fijo, sus clientes coman tanto como quieran, pues tiene que aguantar el tipo -y su palabra- hasta el final. No puede ser que, de pronto, decida que la gente se está pasando de una raya inexistente (all you can eat, era el pacto) e irrumpa en medio del comedor para decir: "Señoras y señores, se acabó el bufet libre porque veo que están ustedes comiendo demasiado".
